lunes, 13 de junio de 2011

El origen de Tricentenario: Reflexiones sobre el género.


 Por Enzo Nicolini

La pregunta obvia que emerge luego de decidir producir una novela gráfica es la siguiente: ¿sobre qué? Y es que es un abanico bastante grande de posibilidades el que se abre ante uno. Pero había una cosa que dábamos por sentado: queríamos material de género. Y no es que no podamos disfrutar de una buena historia “de autor” con estructura no convencional, sino que simplemente se da que disfrutamos especialmente los géneros, con sus códigos y convenciones, y la habilidad de un buen equipo creativo para darles giros que los sigan haciendo interesantes, a pesar de que las reglas básicas estén definidas. 


Existe un género en el medio del cómic norteamericano que domina sin contrapesos. De hecho, muchos culpan de esto a la cada vez más baja penetración del medio en los mercados masivos: los superhéroes. Por ende, la tentación obvia para muchos sería hacer versiones locales de superhéroes. Nuestra opinión personal es que esto no funciona, por varios motivos:


En primer lugar, está el elemento etáreo: Tricentenario fue concebido como un cómic para una audiencia adulta, más cerca de los lectores del sello Vértigo o de los cómics europeos de Jodorowski y Moebius (en intención por lo menos), que de los visitantes habituales de los musculosos en mallas. Ahora, sabido es que el contingente actual de lectores de superhéroes está compuesto por veinteañeros, treintones y cuarentones con alma de adolescentes, más que por niños. Este contingente es al mismo tiempo el lector “duro” de cómics, habituado a las creaciones fantásticas, voladas iconoclastas y mezclas varias de las vertientes creativas del género. Es un grupo leal, pero reducido, no suficiente para hacer que el proyecto flote. Por ende, había que apuntar a un público mayor. Un público que por lo general tendría problemas para aceptar que esta novela gráfica fuera sobre superhéroes en Chile, por lo siguiente:


Los superhéroes son creaciones norteamericanas por naturaleza, “Truth, justice and the american way” es por lo que lucha Superman. Y funciona. El norteamericano promedio piensa que vive en un país que fue fundado sobre ideas e ideales. Su posición de potencia dominante, y el hecho de haber ganado guerras de gran trascendencia para la historia de la humanidad los han hecho generar una visión mesiánica de sí mismos. Los superhéroes, que luchan por ideales de justicia y libertad sólo porque es lo correcto, son una prolongación fantástica de esa imaginería. En otras palabras, el gringo se lo cree. El chileno, por otro lado, tiene una actitud nihilista con respecto a muchas cosas, producto de aún ser un país subdesarrollado y con grandes carencias, de la falta de triunfos deportivos, etc. En otras palabras, no se lo cree.


Agreguémosle ahora el ángulo estético: los superhéroes están ambientados en ciudades que parecen (o en casos como los de los personajes Marvel derechamente son) Nueva York, la ciudad de los rascacielos y anuncios luminosos por excelencia. De más está decir que en Chile no tenemos nada de eso. Con suerte, un pequeño sector de edificios de oficinas en Santiago, hoy conocido como “el Sanhattan”, que por lo demás no es representativo ni siquiera de la vida de un habitante promedio de la capital. Mucho menos, de regiones.


Los trajes de los superhéroes son coloridos, ya que están basados en los colores de los trajes de los personajes de circo (el forzudo, el trapecista, el payaso, etc). Esta elección se dio principalmente porque las primitivas tecnologías de impresión de la época en que se crearon, por allá por la década de los treinta, permitían sólo imprimir a cuatro colores. Por ende, los matices estaban fuera de cualquier elección. Nuevamente, la barrera que el norteamericano debe saltar para incorporar esto a su inconciente es menor que la del chileno, ya que el primero está acostumbrado a ver vestuarios coloridos y diversos en sus calles, mientras que en Santiago de Chile la uniformidad y la opacidad son casi omnipresentes.


Todo lo anterior ha dado como resultado que la única muestra de un superhéroe local exitosa sea la película Mirageman, en donde el enfoque tenía mucho de parodia, por medio precisamente de enfatizar las diferencias del personaje y su entorno chileno con el entorno natural de un superhéroe norteamericano. Sin embargo, esto parece ser un chiste bastante limitado. Nadie ha hablado, hasta el momento, de hacer Mirageman II.


Dado todo lo anterior, ese no parecía el camino a seguir. Pero sí habíamos notado que una posibilidad cierta era, por ejemplo, una historia del género policial, en particular la llamada “serie negra”. Dentro de la ficción que se publica en el país, este género ocupa un lugar destacado. Lo prueban éxitos masivos como las novelas del detective Heredia, de Ramón Díaz Eterovich, y Cayetano Brulé, de Roberto Ampuero por nombrar dos. Pero cuando pensábamos en serie negra, una pregunta nos disminuía el nivel de adrenalina: ¿Qué podíamos hacer que no se hubiese hecho ya muy bien en novelas? Hacerlo con dibujos, sí, pero ¿era suficiente para mantener el entusiasmo y el interés de hacer algo innovador?


Otros dirían que el género de suspenso era la mejor opción. Ya sea por los diversos y oscuros escenarios urbanos presentes en los rincones más tenebrosos de las ciudades chilenas, o por los particulares personajes que componen la mitología de algunos de nuestros pueblos originarios, este género ofrecía grandes posibilidades para el proyecto. Además, tenía el valor agregado de ofrecer el elemento sobrenatural, importante en un medio donde no existen limitaciones presupuestarias a lo que uno quiere incluir en la historia. El hecho de que durante años se haya hablado en el medio cinematográfico chileno de hacer películas sobre El Caleuche y conceptos similares lo refuerza.


Desde un punto de vista personal, era tal vez la ciencia ficción la el género que siempre nos hubiese gustado atacar. Pero esto presentaba otros problemas. Como mencionamos antes, Chile no es un país percibido como portador de triunfos en el terreno del conocimiento, la ciencia y la tecnología, más allá de los esfuerzos heroicos de algunos próceres, y la ciencia ficción nace de eso, del apetito de los países de aventurarse más allá de los límites de lo desconocido. Sin embargo, con los años la ciencia ficción se ha vuelto más versátil, y nuevas corrientes han ido emergiendo, que tomando como punto de partida la extrapolación del desarrollo científico y tecnológico, han conseguido elaborar mordaces y punzantes críticas sociales al mundo de hoy. Ejemplos hay varios, algunos con pretensiones más elevadas que otras como Bladerunner, pero los ejemplos que se nos vinieron a la mente inmediatamente, ya sea porque cumplían con esta condición, como porque además presentaban una mezcla de violencia, sensualidad y humor negro que nos parecían atractivas para el proyecto eran las  películas de director holandés Paul Verhoeven realizadas en Hollywood como por ejemplo Total Recall y Robocop


Pues bien, con esto parecía que teníamos algo. La crítica social parece funcionar bastante bien en Chile, sobre todo con cierto tipo de audiencias como podrían ser los estudiantes universitarios. Pero estaba incompleto. Por un lado teníamos la sci-fi, y la crítica, pero el escenario desde donde narráramos tenía que ser reconocible para el lector común. Si este mundo sería un Chile totalmente distinto al conocido, el punto de vista que guiara al lector debía ser familiar. Y he ahí donde se nos ocurre la siguiente vuelta de tuerca: ¿por qué no mezclar géneros? No es una idea precisamente original, pero tampoco obvia. El referente reciente más potente lo teníamos con Garth Ennis y Steve Dillon, y su notable serie para el sello Vertigo de DC Comics llamada Preacher: una mezcla entre western moderno, road movie, película de terror serie B, y drama sureño tipo Missisippi Burning, además de otras cosas que podemos estar pasando por alto. Pues bien, tomando todo eso, ¿por qué no volver al comienzo del análisis? ¿Y cuál parece ser el género literario hoy más popular en Chile, para combinarlo con esta sci-fi de sátira criolla? La respuesta era obvia: la serie negra.


Y es así que, sumando todas las piezas, tenemos lo que hoy conocemos como Tricentenario, el cual nos aprestamos a conocer para fines de este año: una mezcla entre novela negra, ciencia ficción de sátira ambientado en un Chile de una fecha altamente simbólica: la celebración de los trescientos años de vida independiente. Una fecha en la que debería haber cambiado mucho del país, y para bien, pero como veremos, los que dicen que en el fondo hay cosas que nunca cambian no andan tan perdidos.

 
 Junto con este artículo,  les presentamos la portada de Tricentenario: